lunes, 12 de noviembre de 2012

Retorno al origen

El viernes pasado fui con mi princesa a que la heparinizaran el port-a-cath (esto es para que no se formen pequeños trombos por dentro) y lo hicimos en el primer hospital en el que estuvo ingresada. Resultó ser una experiencia agridulce, por un lado estaba la deliciosa sensación de "mira, ya acabó todo y esto es lo que hay que hacer una vez al mes durante el año o año y medio que tenga el reservorio, tampoco es tanto ¿no?" y por otra parte estaban los recuerdos y las caras conocidas de enfermeras y auxiliares.
 
Enseguida mi princesa comenzó a preguntar -mamá, y aquella puerta del fondo... ¿no era el cole?- y eso que ella solo fue tres días, hasta que llegó el diagnóstico y nos confinaron en su habitación (en este hospital la pediatría es general, como los niños de onco no pueden coger virus, no salen de las habitaciones. Es la profesora quien les visita) -había un volante que era como el de un coche ¿te acuerdas? y muchos puzles... - aquella sala era cole por la mañana y sala de juegos por la tarde.
 
¿Y dónde está el que me operó? Esa enfermera te traía fruta y toallas (a escondidas, hay personas que con estos pequeños gestos te hacen sentir acompañada y cuidada en los momentos más duros de tu vida, parece tontería pero es cierto y reconforta mucho). Y aquella del traje azul limpiaba la habitación. ¿Te acuerdas de que tenía esta mano vendada porque me salían los tubos de aquí? Mamá, y mi amiguita de este hospi... ¿también vendrá hoy?
 
Y entonces me di cuenta de que mi hija recordaba todo, TODO. Y es una de las cosas que más me tranquilizaban, el pensar que ella había olvidado la mayor parte. Pero no, lo sigue recordando después de más de año y medio y de contar entonces con solo cuatro años recién cumplidos. Esto me hace pensar en una reunión de padres de ASION (un día os tengo que hablar de la increíble labor de esta asociación) en la que una voluntaria, madre de un niño que superó el cáncer a los cinco años contó: "después de mucho tiempo, mi hijo me dijo -me acuerdo por las noches, que tú pensabas que yo estaba dormido y te oía llorar".
 
Por fin nos avisaron las enfermeras del Hospital de día -entra sola- y se desató el caos. Mi princesa comenzó a recular y a gritar mientras yo intentaba razonar con ellas. No veo lógico que un niño se tenga que enfrentar sólo a esto, es irracional. Si mi princesa no se ha acostumbrado a los pinchazos en año y medio no es culpable por ello. 
 
Dije a las enfermeras que en el otro hospital el niño SIEMPRE está acompañado (es evidente que no hablo de operaciones ni situaciones de extremo riesgo). Yo he estado junto a mi hija durante extracciones de sangre, quimioterapias, TAC, resonancias, ... incluso una vez que tuvo una crisis neurológica con convulsiones me permitieron estar a la cabecera de la cama sujetándole la mano siempre y cuando no interfiriera en la labor del equipo médico. Y que he sido yo quien la he sujetado cuando la pinchaban. Es injusto que ahora quieran cambiarlo porque ellas trabajen así, se debe mirar el bienestar del paciente siempre y cuando no se perjudique el resultado. Así que las dije -bueno, pues mirad a ver si podéis cogerla vosotras porque yo embarazada no puedo, pero os advierto que vais a necesitar más gente- es increíble la fuerza que puede desarrollar un niño cuando está fuera de sí. Y tengo que confesar que tampoco hubiera permitido que la forzaran. Incluso hubiera preferido llamar al otro hospital y que la heparinizaran allí otro día a pesar de las dos horas de camino. Las enfermeras accedieron -vas a ser la primera que pases con tu madre (cosa que dudo pero me da igual)- y entonces mi princesa entró en la habitación. A los cinco minutos salimos y sin berrinche, así de fácil ¿qué más las da? ¿no hubiera sido mejor así desde un principio? nos hubiéramos ahorrado tiempo y sofocones.
 
Nos dirigimos a la consulta de los oncólogos, que la querían ver después de tanto tiempo. Se quedaron sorprendidos por la buena recuperación que había tenido, lo que había crecido y engordado a pesar del tratamiento, la cicatriz que apenas se ve, ... Y claro, gracias a esto y como madre que soy, se me alegró el día.
 
La guinda al pastel la puso el encuentro con el cirujano (uno de ellos), que hizo que mi princesa se fuera al colegio más feliz que una perdiz. Es un héroe para ella. Y para mí.